Los pucheros de la ministra Chacón siguen dando que hablar y que llorar. Entre las últimas reacciones está la de la escritora Elvira Lindo, ayer en su columna del diario El País. Aconseja a las mujeres que sean «fuertes como rocas», visto el trato crítico que los hombres reservan a las mujeres que lloran. En ese punto se hace visible la gran confusión. No sé qué harán los hombres. Yo solo soy uno de ellos. Pero mi reproche a las lágrimas y otras formas del exhibicionismo sentimental no tiene nada que ver con la debilidad. Y, por supuesto, tampoco con el sexo. Aún está reciente el caso Moratinos, que fue más allá de los pucheros dejándolo todo perdido. Lo indignante de las lágrimas es el juego sucio. La ventaja fullera que pretenden cobrar los llorones. Si las novelas exigen la suspensión momentánea de la incredulidad, las lágrimas (que son, por cierto, uno de sus tradicionales excipientes) exigen la suspensión momentánea del juicio. ¿Qué juicio político, en efecto, puede establecerse cuando Moratinos o Chacón sueltan, como pulpo en fuga, su chorrito sentimental? Los sentimientos quitan al profesional y ponen al hombre. Al hombre de verdad. Porque ese es el otro gran privilegio de las lágrimas: siempre parecen auténticas. Al hombre serio, sobrio, reservado, hasta impávido se le supone siempre una trastienda sospechosa. Por el contrario las lágrimas… «Se dejó ir todo», eso se dice del llorón. Las lágrimas siempre consiguen ser el acto de sinceridad supremo. La rotura de todos los diques de la hipócrita contención. Contra lo que piensa la escritora Lindo, el lagrimeo de las mujeres no es lo contrario del ser fuertes como la roca, sino lo que las hace rocas. Una sofisticada estrategia de blindaje. La dura blandura, oxímoron perfecto.
La paradoja no se le escapaba, precisamente, al portavoz Rubalcaba (que ahora aspira, por vez primera, a llevar la voz propia), cuando un mediodía confesaba a un grupo de periodistas las dificultades suplementarias que le ocasionaba la disputa con la portavoz Santamaría y con qué mano izquierda, de resultas, la trataba. En este sentido su situación no ha hecho más que empeorar. En un nuevo ejemplo de blandura la portavoz Santamaría acaba de anunciar a los españoles, y al ministro Rubalcaba en especial, que está embarazada. Nadie lo había notado, pero ella lo ha hecho notar. (Como lo hizo notar, por cierto, la mater/ministra Chacón, incluida la plena exhibición del ya bebito, ¡y sin píxeles!, en el colorín socialdemócrata.) Las circunstancias privadas de las personas notorias deben exhibirse sólo cuando afecten al desarrollo de la actividad pública: por ejemplo cuando la portavoz Santamaría tome la baja. El modelo es monsieur Sarkozy y la discreción con que lleva su embarazo. Todo lo demás, propaganda y armas de mujer.
viernes, 3 de junio de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario