jueves, 23 de junio de 2011

Barreiro/¿QUÈ ESTAMOS HACIENDO EN LIBIA? / LA VOZ DE GALICIA

Xosé Luís Barreiro Rivas


La guerra de Libia, improvisada por Sarkozy y reforzada con el seguidismo acomplejado de Estados medianos como España e Italia, es un horror, del que solo cabe esperar la destrucción económica y cultural del país, y su irresponsable partición en dos áreas enfrentadas: una que se sentirá martirizada por la OTAN, y otra que, vicaria de los negocios y estrategias de Occidente, tardará décadas en legitimarse. El castigo infligido a la población civil -muertes, disgregación social y territorial, destrucción de infraestructuras y división de las élites- es enorme. Y los resultados que se pueden esperar, cifrados en una utópica democratización de estilo occidental, irán precedidos de un latrocinio descarado de los recursos energéticos y de la pérdida o el exilio de la mejor juventud.

Para negar este trágico balance hay que recurrir, como están haciendo la OTAN y los países implicados, a la ocultación, a la mentira y a la fábula. Se oculta, por ejemplo, que estamos ante una guerra por el control de los recursos energéticos de Libia. También se oculta que hay políticos en Europa que, movidos por los últimos vestigios de la grandeur, aún sueñan con volver a colonizar África en nombre de la democracia. Y también se oculta que, tal como van las cosas, ya hemos cosechado un nuevo y colosal fracaso de ese infantil y fascistoide sentido de superioridad que nos lleva a creer que «no se les puede dejar solos», y que su felicidad depende -como en Afganistán e Irak- de unos cientos de misiles lanzados en cuatro días de guerra humanitaria. ¡Qué desvergüenza!

Se fabula, de manera criminal, cuando, a cambio de tanto horror, se promete democracia y libertad al mismo pueblo que se masacra, mientras en la London School of Economics y en la École des Hautes Études de París se están preparando sesudas explicaciones sobre el ya previsible fallo del «generoso» esfuerzo democratizador liderado por Europa en el norte de África, y sobre el papel que tuvieron en ese fracaso la falta de una cultura política occidental, el tribalismo ancestral de Libia, y -¡faltaría más!- el islamismo radical de Al Qaida.
Se miente, finalmente, cuando se nos quiere convencer de que la guerra era la única opción, de que no tuvimos nada que ver en la fabricación del tirano Gadafi, de que nuestras guerras son limpias, justas y desinteresadas, de que no íbamos a quitar ni a poner rey, de que las masacres colaterales son el precio inevitable de la felicidad y de que los contratos que están preparando nuestras empresas reconstructoras son negocios humanitarios. Pero el problema de fondo es que la UE, que nació como apuesta por la paz y la cooperación, está americanizando su política internacional. Y ese error solo puede terminar cuando los ciudadanos, viendo cómo actúan nuestros gobiernos, pasemos de la indiferencia al asco.

viernes, 3 de junio de 2011

ARCADI ESPADA/ Lágrimas grávidas

Los pucheros de la ministra Chacón siguen dando que hablar y que llorar. Entre las últimas reacciones está la de la escritora Elvira Lindo, ayer en su columna del diario El País. Aconseja a las mujeres que sean «fuertes como rocas», visto el trato crítico que los hombres reservan a las mujeres que lloran. En ese punto se hace visible la gran confusión. No sé qué harán los hombres. Yo solo soy uno de ellos. Pero mi reproche a las lágrimas y otras formas del exhibicionismo sentimental no tiene nada que ver con la debilidad. Y, por supuesto, tampoco con el sexo. Aún está reciente el caso Moratinos, que fue más allá de los pucheros dejándolo todo perdido. Lo indignante de las lágrimas es el juego sucio. La ventaja fullera que pretenden cobrar los llorones. Si las novelas exigen la suspensión momentánea de la incredulidad, las lágrimas (que son, por cierto, uno de sus tradicionales excipientes) exigen la suspensión momentánea del juicio. ¿Qué juicio político, en efecto, puede establecerse cuando Moratinos o Chacón sueltan, como pulpo en fuga, su chorrito sentimental? Los sentimientos quitan al profesional y ponen al hombre. Al hombre de verdad. Porque ese es el otro gran privilegio de las lágrimas: siempre parecen auténticas. Al hombre serio, sobrio, reservado, hasta impávido se le supone siempre una trastienda sospechosa. Por el contrario las lágrimas… «Se dejó ir todo», eso se dice del llorón. Las lágrimas siempre consiguen ser el acto de sinceridad supremo. La rotura de todos los diques de la hipócrita contención. Contra lo que piensa la escritora Lindo, el lagrimeo de las mujeres no es lo contrario del ser fuertes como la roca, sino lo que las hace rocas. Una sofisticada estrategia de blindaje. La dura blandura, oxímoron perfecto.
La paradoja no se le escapaba, precisamente, al portavoz Rubalcaba (que ahora aspira, por vez primera, a llevar la voz propia), cuando un mediodía confesaba a un grupo de periodistas las dificultades suplementarias que le ocasionaba la disputa con la portavoz Santamaría y con qué mano izquierda, de resultas, la trataba. En este sentido su situación no ha hecho más que empeorar. En un nuevo ejemplo de blandura la portavoz Santamaría acaba de anunciar a los españoles, y al ministro Rubalcaba en especial, que está embarazada. Nadie lo había notado, pero ella lo ha hecho notar. (Como lo hizo notar, por cierto, la mater/ministra Chacón, incluida la plena exhibición del ya bebito, ¡y sin píxeles!, en el colorín socialdemócrata.) Las circunstancias privadas de las personas notorias deben exhibirse sólo cuando afecten al desarrollo de la actividad pública: por ejemplo cuando la portavoz Santamaría tome la baja. El modelo es monsieur Sarkozy y la discreción con que lleva su embarazo. Todo lo demás, propaganda y armas de mujer.