lunes, 31 de mayo de 2010

lunes, 3 de mayo de 2010

EL PROBLEMA DEL "HIYAB" VISTO POR UNO DE FORCAREI.

A TORRE VIXÍA
XOSE LUÍS BARREIRO
A VOZ DE GALICIA Jueves 29 de abril de 2010

El problema del «hiyab» visto por uno de Forcarei

Cuando yo era pequeño, las señoras de Forcarei usaban pano. No era un hiyab , pero se le parecía mucho. Las chicas y señoras jóvenes solían llevar panos de colores, que se colocaban y ataban con mucha coquetería. Pero a partir de cierta edad se ponían panos y mantos negros, y, lejos de parecerse a las chicas que ahora llevan el hiyab a los institutos y discotecas, guardaban mucha semejanza con las mujeres iraníes, a las que solo en casa se las puede ver -dicen- espléndidas y seductoras.

El Concello de Forcarei acaba de publicar un libro sobre la memoria fotográfica de Terra de Montes, en el que es posible ver un acto cívico -el pago del subsidio agrario, y no la procesión del Corpus- en el que todas las mujeres llevaban el inseparable pano negro que les cubría cabeza, la frente y las orejas. A las señoras de Forcarei, que eran muy cultas y libres, nadie las obligaba a llevar pano, pero la vida era así y ellas se lo ponían. Y por eso en la década de los 60, cuando los jóvenes empezamos a dejarnos melenas, empezaron ellas a quitarse el pano y a vestirse de colores, sin que nadie les dijese nada y sin ayuda de filósofos ni legisladores.

Pero a muchas de ellas el cambio les llegó tarde, y siguieron usando el pano hasta su muerte. Por eso tuve vecinas -Preciosa da Ferreira, Carmen de Armada, Mercedes de Quintillán, Carmen de Rivela, Esperanza de Pichel o Xana da Ponte- a las que nunca les vi el pelo, y a las que sus hijos mandaron al monte Miau con el mismo pano negro con el que han de resucitar en el valle de Josafat.

Si no fuésemos tan soberbios y desmemoriados, y no confundiésemos nuestra condición de nuevos ricos con la de cultos progresistas, no aceptaríamos criterios absolutos sobre el vestir, no diríamos tonterías a propósito del hiyab , no haríamos leyes estúpidas, no confundiríamos los hábitos sociales o religiosos con la libertad, y dejaríamos que las inmigrantes se quitasen el hiyab de la misma manera que nuestras madres se quitaron el pano: cuando les dio la gana, cuando se sintieron mejor sin él que con él, y sin aceptar que era símbolo de atraso o sumisión que, como dueñas de sus casas y educadoras de sus hijos, jamás reconocieron.

Claro que esta filosofía no se aprende en los másteres de Harvard, sino conviviendo con aquellas personas que, después de vivir situaciones de máxima dificultad, tuvieron que ganar la modernidad al ritmo que les pedía el cuerpo. Por eso nunca tuve duda de que aquellas mujeres vestidas de negro eran lo más moderno e inteligente que había en la España de Franco, que pudo avasallar a catedráticos, jueces, obispos y yuppies , pero nunca les quitó su dignidad a las campesinas tocadas con un pano negro que todos respetábamos.