jueves, 5 de agosto de 2010

X.L. BARREIRO / IRAK

XOSE LOIS BARREIRO / A TORRE VIXÍA
LA VOZ DE GALICIA
Jueves 05 de agosto de 2010

LA OPROBIOSA DERROTA DE IRAK.

El día 31 de agosto se consumará oficialmente la oprobiosa derrota de Irak. Derrota, afirmo, porque la fanfarrona coalición de las Azores, y sus acomplejados acólitos, no consiguieron ni uno solo de sus objetivos; y porque, después de causar un millón de muertos, tres millones de desplazados, destruir un Estado y sumir en la miseria a un país entero, lo que dejamos allí es guerra, terrorismo, fundamentalismo, una dictadura apenas disimulada, y todo el Medio Oriente convertido en un polvorín. Y oprobiosa, insisto, porque así se debe calificar un conflicto que se inició sin declaración de guerra, basándose en mentiras gruesas y criminales, burlando a la ONU y a los aliados tradicionales de Estados Unidos, y enseñando -con la vengativa ejecución de Sadam Huseín, las torturas de Abu Ghraib, la corrupción de las contratas de reconstrucción, el latrocinio de museos y petróleo, y todo lo que denuncian las filtraciones de Wikileaks- la peor y la más tópica de las caras del imperialismo occidental.

Tras la alocada orden de ataque de Bush -que solo pensaba en remilitarizar el mundo, dolarizar el Medio Oriente, controlar el petróleo y ponerle fin al sueño europeo- le toca a Barack Obama la triste misión de reconocer el desastre y ordenar la retirada. Y por eso sería un error muy grave e injusto que, habiendo tragado con el trío de las Azores y con todos los yuppies y cracs de la nueva economía -cuyo complejo pensamiento se resumió en que «algo había que hacer después del ataque a las Torres Gemelas»-, la opinión pública mundial le trasladase al primer negro de la Casa Blanca los costes de un conflicto criminal y fracasado que debería avergonzar y estigmatizar a los que colaboraron por acción u omisión en la perpetración de esta carnicería.

Por eso es necesario que interpretemos el segundo fin de la guerra -porque el primero ya lo celebró George Bush hace siete años en el portaviones Abraham Lincoln- en sus términos más crudos y desgarradores. Y para eso hay que asimilar que todos los ejércitos que fueron allí -también el nuestro- participaron en una aventura imperialista de la peor calaña; que todos -cada cual en su medida- fueron derrotados; que carecemos de modelos de intervención y pacificación que sean aplicables al mundo actual; que no tenemos nada que hacer -ni autoridad moral para intentarlo- frente a situaciones como la de Pakistán e Irán; y que tampoco tenemos hoja de ruta para restaurar la maltrecha ONU y reiniciar el proceso de construcción de una política internacional pluralista y de inspiración democrática.

La guerra se ha perdido en todos los frentes. Y, aunque la lejanía minimice la tragedia, sería suicida no anotar esta derrota en la historia de Occidente.

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