martes, 10 de marzo de 2009

VIOLENCIA DE PAREJA

AUTOR: Manuel Fernández Blanco Psicólogo clínico y psicoanalista
TÍTULO: ¿Por qué las siguen matando?
MEDIO: LA VOZ DE GALICIA.
FECHA DE PUBLiCAción: Martes 03 de marzo de 2009

El año pasado, setenta y cinco mujeres fueron asesinadas en España por sus parejas o ex parejas. El año anterior habían sido setenta y cuatro. En el 2000 habían sido sesenta y tres. En general, la tendencia de esta macabra estadística es al alza. Durante el año 2008 se han presentado una media de cuatrocientas denuncias por malos tratos cada día (aproximadamente 146.000 en el año) y se han concedido alrededor de 15.000 órdenes de protección (casi un tercio de estas mujeres mantenían una relación afectiva con sus maltratadores). Un tercio de las mujeres maltratadas ya lo habían sido con anterioridad.

En Europa, entre los países con mayor tasa de feminicidios, se encuentran algunos de los países nórdicos en los que las políticas de igualdad están más desarrolladas que en los países del sur. Según los datos (del año 2003) del Segundo informe internacional sobre la violencia contra la mujer en las relaciones de pareja , del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, en Finlandia la incidencia de mujeres asesinadas, mayores de 14 años, es de 10,32 por cada millón. En Dinamarca es de 5,85. En España, donde ese año fueron asesinadas 70 mujeres, la incidencia fue del 3,61. Estos datos nos llaman a huir de explicaciones simples. Vemos cómo el incremento de las medidas policiales, judiciales y sociales, así como las campañas de prevención, no han permitido reducir esta epidemia social.

El lugar de la mujer ha variado en las sociedades occidentales y este cambio no ha ido en paralelo de cambios sustanciales en el varón. La mayoría de las personas que piden el divorcio son mujeres y actualmente, como ha analizado el sociólogo francés Alain Touraine, ya no lo hacen tanto pensando en lo sufrido como en buscar una vida más satisfactoria. Las mujeres están utilizando más la sexualidad como elemento de construcción de su identidad. La mujer ha sido más capaz de combinar sexualidad y placer con la vida pública y para el hombre es más difícil separar placer y responsabilidades.

Hombres y mujeres padecen de diferentes tipos de dependencia. La dependencia de la mujer está más relacionada con la espera de un signo de amor de su pareja, lo que en ocasiones la aboca a situaciones de maltrato: le hace creer las palabras de amor y de arrepentimiento o interpretar que los celos son signos de interés. Cuando una mujer se instala en una posición de amor permanentemente decepcionada siempre espera que en la siguiente ocasión sea diferente. Esto tiene que ver siempre con su historia infantil, con sus vínculos de amor y dependencia más primarios.

Asistimos a una infantilización generalizada de la sociedad y tal vez del hombre en particular. Es difícil encontrar a un adulto de verdad, como padre, como pareja, como persona que se responsabilice de su vida. Esta dependencia conlleva un auge de las patologías más regresivas, relacionadas con las adicciones en general y la dependencia.

La dependencia se acentúa en las relaciones de pareja y se manifiesta de forma extrema en la imposibilidad de aceptar perder a esa persona. Para estos hombres-niño, la pérdida o el abandono resultan insoportables. Por eso, en un porcentaje muy significativo de casos, al asesinato de la mujer le sigue el suicidio, o el intento de suicidio, del agresor como la expresión de la dependencia infantil más radical. Estos hombres no pueden vivir sin ellas en el sentido literal, porque una vez destruida esa persona ya no tienen con qué sostenerse en la vida.

Frente a esta realidad, las necesarias medidas de apoyo a las víctimas y de prevención de la violencia de género encuentran sus límites. Los programas y protocolos generales no toman en cuenta que detrás de cada mujer maltratada hay una historia, al igual que detrás de cada hombre maltratador. Las respuestas estandarizadas condenan a menudo a la cronificación porque, sin abordar la particularidad de cada historia de maltrato, no es posible salir de la repetición.

domingo, 1 de febrero de 2009

GAZA: ¿REAL O POSTIZO?

TITULO :GAZA, REAL O POSTIZO
AUTOR: Ilan Pappé, historiador israelí, preside el Departamento de Historia en la Universidad de Exeter y es codirector del Centro de Estudios Etno-Políticos de Exeter. En 2007 publicó The Ethnic Cleansing of Palestine.
MEDIO: Periódico EL PAÍS, edición impresa.
FECHA: 1 de febrero de 2009

En 2004, el Ejército israelí empezó a construir la réplica de una ciudad árabe en el desierto del Neguev. Tiene el tamaño de una ciudad real, con calles (todas ellas con nombres), mezquitas, edificios públicos y coches. Esta ciudad fantasma, cuya construcción costó 45 millones de dólares, se convirtió en una supuesta Gaza durante el invierno de 2006 -después de que el enfrentamiento entre Hezbolá e Israel en el norte acabase en tablas- para que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) pudieran prepararse y ser capaces de "luchar mejor" contra Hamás en el sur.

Cuando el jefe del Estado Mayor israelí, Dan Halutz, visitó el lugar tras la guerra de Líbano, declaró a los periodistas que los soldados "estaban preparándose para la situación que se producirá en una zona tan densamente poblada como es la ciudad de Gaza". En el último conflicto, y una semana después de que comenzaran los bombardeos de la Franja de Gaza, Ehud Barak asistió a un ensayo de guerra terrestre. Equipos de televisiones extranjeras le filmaron mientras observaba a las tropas de infantería conquistar la falsa ciudad, irrumpir en las casas vacías y seguramente "matar a los terroristas" que se escondían en ellas.

"El problema es Gaza", dijo Levy Eshkol, entonces primer ministro de Israel, en junio de 1967. "Estuve allí en 1956 y vi las serpientes venenosas que andaban por la calle. Deberíamos trasladar a algunas a Sinaí y, con suerte, las demás emigrarán". Eshkol estaba hablando del destino de los territorios recién ocupados: su Gobierno quería la Franja de Gaza, pero no a sus habitantes.

Los israelíes suelen referirse a Gaza como Me'arat Nachashim, un nido de serpientes. Antes de la primera Intifada, cuando la Franja suministraba a Tel Aviv gente para fregar sus platos y barrer sus calles, los israelíes presentaban una imagen más humana de su población. Pero con la Intifada, después de una serie de incidentes en los que algunos empleados apuñalaron a sus jefes, terminó la "luna de miel". El fervor religioso al que se atribuyeron aquellos ataques aislados generó una ola de islamofobia que desembocó en el primer cierre de Gaza y la construcción de una verja eléctrica a su alrededor. Incluso después de los acuerdos de Oslo de 1993, Gaza permaneció aislada de Israel y sin ser nada más que una reserva de mano de obra barata. Durante los años noventa, la "paz" significó para Gaza su transformación gradual en un gueto.

En el año 2000, Doron Almog, entonces jefe del mando sur, empezó a vigilar las fronteras de Gaza: "Hemos levantado puntos de observación equipados con la última tecnología y

hemos dado permiso a nuestros soldados para disparar contra cualquiera que se acerque a menos de seis kilómetros de la verja", presumía, además de sugerir que se adoptara una política similar en Cisjordania. Sólo en los dos últimos años, los soldados israelíes han matado a disparos a un centenar de palestinos por el mero hecho de haberse acercado demasiado a la verja. Desde 2000 hasta que estalló la última guerra, las fuerzas israelíes habían matado en Gaza a 3.000 palestinos (incluidos 634 niños).

Entre 1967 y 2005, los colonos judíos de Gush Katif arrebataron a la población de Gaza sus tierras y su agua. El precio de la paz y la seguridad para los palestinos fue convertirse en prisioneros y dejarse colonizar. Sin embargo, desde 2000 los habitantes de Gaza han decidido ofrecer una resistencia cada vez más numerosa y enérgica. No una resistencia del tipo que Occidente suele ver con buenos ojos, sino una resistencia islámica y militar. Su seña de identidad era el uso de los primitivos cohetes Qassam que, al principio, lanzaban sobre todo contra los colonos de Katif. La presencia de los colonos hacía que al Ejército israelí le fuera difícil responder con la brutalidad que emplea contra objetivos puramente palestinos, de modo que los retiraron, no como parte de un proceso unilateral de paz, como dijeron muchos en su momento (hasta el punto de sugerir que se le concediera el Nobel de la Paz a Ariel Sharon), sino para facilitar cualquier acción militar posterior contra la Franja de Gaza y consolidar el control de Cisjordania.

Tras la retirada de Gaza, Hamás se hizo con el poder en esa zona, primero en unas elecciones democráticas y luego con un golpe preventivo organizado para evitar que Al Fatah, que contaba con el respaldo de Estados Unidos, tomara el control. Mientras tanto, los guardias fronterizos israelíes seguían matando al que se aproximaba demasiado, y se impuso el bloqueo económico de la Franja. Hamás respondió con el lanzamiento de misiles sobre Sderot, y eso dio a Israel un pretexto para utilizar su fuerza aérea, su artillería y sus patrulleras. Israel afirmó que disparaba contra "las áreas de lanzamiento de misiles", pero, en la práctica, eso significaba cualquier lugar de Gaza. Las víctimas fueron numerosas: sólo en los últimos días de 2007, murieron 300 personas, docenas de ellas niños.

Israel justifica su conducta en Gaza como parte de la lucha contra el terrorismo, pese a que ha violado todas las leyes internacionales de la guerra. Parece como si los palestinos no pudieran tener sitio en la Palestina histórica, salvo si están dispuestos a vivir sin los derechos humanos y civiles básicos. Pueden ser ciudadanos de segunda clase dentro del Estado de Israel o prisioneros de las cárceles gigantescas que constituyen Cisjordania y la Franja de Gaza. Si se resisten, lo más probable es que acaben o en una auténtica cárcel sin juicio previo, o muertos. Ése es el mensaje de Israel.

La resistencia en Palestina siempre ha partido de las ciudades y los pueblos; ¿de dónde, si no? Por eso, desde la revuelta árabe de 1936, las ciudades y los pueblos palestinos, reales o no, siempre han figurado como "bases enemigas" en los planes y las órdenes militares de Israel. Cualquier represalia y acción de castigo tiene forzosamente que golpear a los habitantes, entre los que puede haber un puñado de personas que sí participan en la resistencia activa contra Israel.

Haifa se consideró una base enemiga en 1948, igual que Yenín en 2002; ahora, se considera así a Beit Hanoun, Rafah y Gaza. Cuando uno tiene la potencia de fuego necesaria y ninguna inhibición moral que le impida matar a la población civil, el resultado es la situación que acabamos de presenciar en Gaza.

Pero los palestinos no sólo resultan deshumanizados en los argumentos militares. En la sociedad civil judía israelí se está produciendo un proceso similar que explica el enorme apoyo de la población a la matanza de Gaza. Los judíos israelíes -políticos, soldados y ciudadanos corrientes- han deshumanizado hasta tal punto a los palestinos que matarlos se convierte en un hecho natural, como lo fue expulsarlos en 1948 o hacerlos prisioneros en los Territorios Ocupados.

La reacción actual de Occidente indica que nuestros dirigentes políticos no ven la relación directa entre la deshumanización sionista de los palestinos y las salvajes políticas de Israel en Gaza. Existe el grave peligro de que, terminada la Operación Plomo Sólido, la propia Gaza se parezca a la ciudad fantasma del Neguev.

Este artículo se publicó por primera vez en The London Review of Books. www.lrb.co.uk
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

domingo, 18 de enero de 2009

LOS NIÑOS MUERTOS

AUTOR: GUSTAVO MARTÍN GARZO
SECCIÓN:TRIBUNA
MEDIO: PERIÓDICO "EL PAÍS"
FECHA: 18/01/2009

LOS NIÑOS MUERTOS

No deberíamos olvidar nunca las imágenes de los niños palestinos heridos y muertos difundidas estos días por los medios de comunicación. Un padre mostraba el cuerpecito de su hijo como si fuera un cesto vacío; tres hermanos, tirados entre la ropa vieja, recordaban los corderos que se llevan las inundaciones; varios pequeños miraban en un hospital a los adultos como esos animales domésticos que no entienden al hombre. Son imágenes que nos acusan, pues somos responsables de ellas. Somos responsables por nuestra indiferencia, y por elegir en las urnas a gobiernos incapaces de reaccionar con dignidad ante horrores así.

Porque estos niños heridos y muertos recuerdan al rey Herodes y la matanza de los inocentes. No es una exageración. Los militares y políticos israelíes que han iniciado esta guerra no son mejores que el cruel rey que ordenó la muerte de los niños. Aún más, Herodes no rehuía la responsabilidad de sus actos. Es la diferencia entre los nuevos señores de la guerra y los villanos que poblaban nuestras fantasías infantiles.

Los antiguos villanos se sabían egoístas y malvados, lo que, paradójicamente, les volvía humanos; pero hoy día, ningún poderoso acepta actuar en nombre de sus propias pasiones. Los políticos de Israel se lamentan de que estén muriendo civiles en los bombardeos, pero son ellos los que lo ordenan. La culpa, nos dicen, es de Hamás y de los propios palestinos, que apoyan a grupos terroristas. Los niños mueren, pero nadie se hace responsable de ello, porque el mundo moderno ha apartado de sí la idea de la culpa, como responsabilidad personal.

Nuestros gobiernos lamentan, por ejemplo, los horrores de la guerra, pero a la vez venden las armas que se utilizan en los campos de minas en los países del Tercer Mundo, como denunció el fotógrafo Gervasio Sánchez en su valiente discurso en los Premios Ortega y Gasset. El mundo, la moral que hemos creado, absuelve a los poderosos de la responsabilidad y la culpa: les basta con alegar dudosas razones de Estado. Pero la muerte o la mutilación de un niño es uno de esos límites que no se pueden cruzar sin que todo lo que hemos construido, nuestro mundo y nuestros valores, se derrumbe como un castillo de naipes.

La razón de esta indiferencia es muy simple: no reaccionamos de la misma forma ante el sufrimiento de los otros como ante el propio. La convicción de que la víctima no es de los nuestros hace que el daño que se le pueda causar no sea visto igual que si fuera uno de nuestro grupo, raza o nación el afectado. Israel se comporta así con los palestinos. No se trata de una guerra de religiones, ni del enfrentamiento de culturas distintas (las culturas árabes, judías y cristianas tienen un tronco común), sino de un simple problema de racismo.

En el fondo, una parte importante del pueblo israelí no considera que los palestinos sean sus iguales. Sus gobiernos llevan años deshumanizándolos, y han hecho de Gaza un campo de concentración donde un millón y medio de seres humanos malviven como el ganado. Un sentimiento básico como la compasión desaparece cuando somos incapaces de ponernos en lugar del otro; por eso, los políticos israelíes pueden esgrimir fríamente la existencia de los atentados de Hamás para justificar sus crímenes. Pero Hamás es un grupo terrorista y no tiene sentido hacer responsable a la población civil de sus actos. Aún más,Hamás no existiría si los palestinos no vivieran humillados. Es una organización que instrumentaliza el sufrimiento de su pueblo, y que sin duda saldrá fortalecida de esta guerra. ¿Es tan torpe el Gobierno de Israel para no saber esto o es justo lo que busca para justificar en el futuro el uso arbitrario de la fuerza? Los palestinos de Gaza proceden de Israel, de donde fueron expulsados.

Israel y Egipto sellan sus fronteras impidiendo la libre circulación de los bienes y las personas. Los jóvenes no tienen futuro, viven en condiciones de extrema pobreza, y esta ausencia de perspectivas alimenta sus sentimientos de odio, pues la falta de libertad es más exasperante que la pobreza. En sus hospitales no hay medicinas, sus escuelas son pobres, no hay un Estado que les proteja. Debido a ello se vuelcan en grupos islamistas, que dan de comer a sus ancianos y enfermos, protegen a sus mujeres y llevan a la escuela a sus hijos.

Sorprende que algo así se mantenga desde hace años ante la indiferencia de todos. Refiriéndose a la situación de los palestinos en Gaza, un periodista escribió: "Aquí la vida y la muerte son lo mismo". Pero, paradójicamente, es el Gobierno de Israel el que se hace la víctima. Para ello apela al miedo, que deshumaniza al otro, pues nos hace verle como una amenaza. Los políticos y militares de Israel causan la muerte de centenares de personas, y dicen estar librando una lucha de supervivencia. Pero son ellos los que tienen el poder, el dinero, la fuerza, frente a los palestinos que no tienen nada. Piensan que haber sido los perseguidos en otro tiempo les da una autoridad moral infinita para hacer lo que quieran. Pero "ser una víctima, ha escrito Elisa Martín Ortega, no implica bondad ni rectitud. No es un valor, sino una condición, una desgracia". Los políticos de Israel hablan de terrorismo, pero qué decir de la guerra que ellos han iniciado, de los bombardeos de las escuelas y los mercados, de los niños que matan. ¿Cómo llamarán a eso?

Pero en Israel, esos niños no existen. Sus soldados no hacen daño a los enfermos, ni a las mujeres ni a los ancianos; sus bombas no destruyen las escuelas, los mercados o los hospitales. Hay un control absoluto de la información, y ni en la televisión ni en los periódicos se habla de lo que ocurre en Gaza de verdad. Aún más, ante cualquier crítica se invoca el antisemitismo como argumento defensivo principal, aunque sean sus gobernantes los que estén traicionando los principios de la delicada y honda cultura judía que dicen representar. Es una conducta que exaspera a los palestinos, a los que sólo queda la salida del fanatismo. El fanatismo se alimenta de la debilidad. El principio de que todo hombre debe reconocer al otro como un semejante, lejos de ser evidente, es una conquista de la voluntad. Que la inteligencia venga a socorrer al amor, escribió Antoine de Saint-Exupéry. Sólo los más fuertes, desde un punto de vista moral, son capaces de evitar responder con violencia a los violentos y de escuchar las palabras de la dulce y amigable razón.

Emmanuel Lévinas, en una de sus lecciones talmúdicas, habló de las ciudades refugio. Eran lugares en que podían cobijarse quienes habían matado a alguien sin quererlo. Su acción había sido involuntaria, por lo que no podían ser condenados, pero necesitaban protegerse de los amigos o familiares del muerto. Eso era una ciudad refugio, un lugar donde se recibía a los que, no siendo culpables, tampoco eran enteramente inocentes. Lévinas pensaba que Occidente podía verse como una de esas ciudades refugio. Puede que no seamos culpables de las cosas que ocurren a nuestro alrededor, pero tampoco somos inocentes de ellas. No deberíamos olvidar esto, a riesgo de caer en lo más terrible: la indiferencia ante el dolor de nuestros semejantes.

SE ASESINÓ A SÍ MISMO

AUTOR: JOSE LUIS BARREIRO
SECCIÓN: LA TORRE VIGÍA
MEDIO:PERIÓDICO "EL PAÍS"
FECHA: 20 de diciembre de 2008


SE ASESINÓ A SÍ MISMO

Más que suicidarse, como dicen los periódicos, Maximino Couto Durán se asesinó a sí mismo. Porque lejos de buscar un escape para sus frustraciones y desesperanzas, se castigó con la misma saña enloquecida con la que había matado a su compañera y con la que hubiese matado a su ex esposa en el supuesto de haberla encontrado. Y por eso tengo la convicción de que Maximino era un enfermo que se había metido en el centro de su propio odio, y al que nadie le diagnosticó algo distinto de una violencia irracional y sin explicaciones que solo puede convencer a los que creen que la violencia de género y el terrorismo son dos excepciones tardías al principio de causalidad y a las leyes infalibles de la lógica.

En el ambiente de inflexibilidad moral e intelectual que rige el tratamiento de los delitos sociales que están de moda, tuve la sensación -Dios me perdone- de que, detrás de muchas informaciones y comentarios que se hicieron sobre este caso, se percibía un tufo de satisfacción apenas disimulado, como si, ante un crimen tan deleznable, tuviese vigencia jurídica el repugnante principio de que «muerto el perro se acabó la rabia». Y por eso quiero decir con toda claridad que, más allá de los sentimientos personales que pueda producir o soportar la conciencia de cada uno, la muerte de Maximino, mientras estaba custodiado por el Estado, es un fracaso moral y una responsabilidad equivalente a la que todos tenemos -el Estado somos todos- por la muerte de su pareja.

Líbreme Dios de decir que en la muerte de Maximino hay culpables. Pero no por ello he de callar que en esta muerte hay responsables, y que si esas responsabilidades no se depuran estaremos enseñando un camino para la solución de estos asuntos que puede ser más repugnante que el problema mismo. Y que nadie me venga con monsergas. Porque a ningún Estado se le suicidan ni los condenados a muerte, ni los terroristas, ni los presos de Guantánamo, si el propio Estado no hace funcionar las alcantarillas. Y por eso no es de recibo que a un preso que tiene todas las características de ser un perturbado y un enfermo, se le creen condiciones psicológicas extremas sin ofrecerle la correlativa seguridad extrema de la que pende su vida.

Si el Estado no tiene un orden impecable, y un sentido de la responsabilidad y de la moralidad a prueba de cualquier circunstancia, tampoco puede imponer ese orden entre los ciudadanos -criminales, santos o gente corriente- que se acogen a su autoridad y a su derecho. Y por eso es necesario dejar constancia de que, en el autoasesinato de Maximino Couto, hemos fracasado con tanta contundencia y gravedad moral como en la muerte de su pareja. Porque si la ley no es así, no es ley.

LEY DE VIOLENCIA DE GÉNERO

AUTOR: MARÍA SANAHUJA
SECCIÓN:OPINIÓN
MEDIO:PERIÓDICO "EL PAÍS"
FECHA: DICIEMBRE 2008


Han pasado más de cuatro años desde que se inició el debate para valorar el impacto de las reformas legislativas que en materia de violencia doméstica había realizado el PP en 2003, y que continuó el PSOE con la ley contra la violencia de género en 2004. Se empezó a decir en voz alta que no se estaban respetando los derechos fundamentales de muchos ciudadanos en España, que las leyes aprobadas contribuían a aumentar el nivel de intensidad del conflicto en las parejas heterosexuales, provocaban dolor innecesario, suponían un despilfarro para el erario público y no conseguían atajar lo más mínimo el problema de la violencia extrema sobre las mujeres.

Ahora podemos afirmar que el único avance en el respeto a las libertades fundamentales de todos que, de momento, hemos conseguido en esta materia, es que podamos hacer uso de nuestro derecho a la libertad de expresión. Se había instalado un pensamiento único que llevó a varias asociaciones a solicitar al CGPJ, en 2005, que me sancionaran y prohibieran hablar en público.
Expuse entonces que todos estábamos teniendo un comportamiento poco acertado. Me refería a jueces, fiscales, policías, abogados, periodistas y a muchas mujeres que utilizaban el Código Penal para obtener mejores condiciones en los procesos civiles de rupturas de parejas.

La presión mediática ha llevado a muchos profesionales a una reacción defensiva y de autoprotección ante el miedo a las posibles consecuencias personales. Así, jueces que han concedido prácticamente todas las órdenes de protección que les han solicitado por temor a que se les pudiera acusar de no haber tomado medidas, colapsando así los servicios administrativos de protección a las víctimas que difícilmente las pueden atender; fiscales solicitando en prácticamente todos los casos que se adoptara una orden de protección, normalmente alejamiento, muchas veces sin demasiadas pruebas y sin valorar que ello podía comportar pérdida de empleo si ambos trabajaban en la misma empresa, o dificultades para permanecer en una ciudad pequeña con el estigma de maltratador; policías que han procedido a la detención de miles de hombres sin más indicios que la sola afirmación de la denunciante, sabiendo que en uno o dos días serían puestos en libertad por el juez, y sin considerar el trauma que para algunos ciudadanos puede suponer pasar esas horas detenido, esposado y trasladado junto a delincuentes, todo por miedo a exponerse a un expediente disciplinario si luego ocurría un hecho luctuoso, ya que "ellos también tenían familias"; abogados que han recomendado la interposición de una denuncia por malos tratos porque se podía solventar en horas la atribución provisional del uso de la vivienda familiar, ya que la orden de alejamiento supone la expulsión inmediata de la misma, así como la fijación de una pensión de alimentos y la custodia de los hijos; periodistas que cuando se producía un hecho grave lo exponían de modo que culpabilizaban a todos los que de un modo u otro habían intervenido, y en ocasiones de manera sensacionalista (esto ahora ya no ocurre); y mujeres que, sin ningún escrúpulo ni respeto por las que están padeciendo situaciones terribles sin atreverse a denunciar, han abusado de lo que se les ofrecía, poniendo en marcha el aparato policial y judicial con fines espurios, en algunos casos inventándose directamente hechos que ni siquiera han ocurrido, pero con escaso riesgo de que ello pueda demostrarse, y se les exijan responsabilidades.

Pero no es la maldad de algunas personas la causante del problema. Lo tremendo es estructurar un sistema legal, y una aplicación de la norma, que permita a los perversos utilizar la organización colectiva para conseguir sus objetivos, causando daño a muchos otros (niños, abuelos, padres...), y se mantenga durante años a pesar de la evidencia de que no ha dado resultado. Mueren tantas mujeres como antes.
La ley integral contra la violencia sobre la mujer, aprobada por unanimidad por el Parlamento, era bienintencionada, pero los que formamos parte de la estructura judicial del Estado sabíamos que únicamente tendría desarrollo la parte referida a la modificación del Código Penal, con escasísimos medios y total falta de coordinación con otros profesionales (especialmente servicios sanitarios y sociales de cada lugar), pues la ley ni siquiera encargó a nadie el desarrollo de esta necesidad.

La consecuencia de atribuir a un órgano de cada partido judicial en exclusiva esta materia ha desorganizado la estructura judicial y colapsado los juzgados de violencia, que se han convertido en destinos que no quiere prácticamente nadie. Hemos consentido la detención de miles de hombres que luego, en su mayoría, han resultado absueltos, y probablemente habremos condenado a más de un inocente, en aplicación de unas leyes que, como la Ley de Enjuiciamiento Criminal, denomina "agresor" al denunciado, antes de iniciar cualquier investigación tendente a averiguar la certeza de los hechos. Y mientras tanto, la mayoría de las mujeres que sufren violencia extrema siguen en muchos casos padeciéndola en silencio, viendo cómo su causa ha sufrido el desprestigio por la acción de los que sólo las han utilizado para sus propios fines y aspiraciones. Es hora de iniciar de nuevo el debate en el Parlamento, y valorar los resultados del camino andado.
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(María Sanahuja es magistrada de la Audiencia Provincial de Barcelona y miembro de Jueces para la Democracia y la Plataforma Otras Voces Feministas)

CUANDO EL GENOCIDIO ES LA ÚLTIMA SALIDA

AUTOR: JOSE LUIS BARREIRO
SECCIÓN: LA TORRE VIGÍA
MEDIO: PERIÓDICO LA VOZ DE GALICIA (A CORUÑA)
Fecha de publicación:
Lunes 29 de diciembre de 2008

"CUANDO EL GENOCIDIO ES LA ÚNICA SALIDA"

Israel es un Estado de base étnica, destinado a reagrupar a una comunidad judía que fue dispersada repetidas veces en los últimos 25 siglos. Por su propio origen, y por su definición actual, esta comunidad judía no responde a ninguno de los criterios de socialización política que se utilizan en los Estados modernos, y por eso funciona como un grupo cerrado al que no se puede ingresar y del que difícilmente se puede salir. Tal es el motivo por el que la cuestión israelo-palestina carece de tratamiento adecuado en el marco de las políticas de integración que hoy aplicamos. Y de ahí se deriva también que el Estado de Israel funcione necesariamente como una entidad genocida. Porque, si llevase a cabo políticas de integración con la comunidad palestina, negaría su propia esencia. Y porque, si dejase que la comunidad palestina se desarrollase con normalidad en el territorio que viene ocupando desde hace milenios, el arma demográfica -que es la única arma eficaz que poseen los palestinos- haría su justicia en un par de decenios.

El error de crear el Estado de Israel solo puede mantenerse con otros errores que se suceden con un ritmo y una brutalidad crecientes. Y por eso tenemos que asistir periódicamente a este espectáculo de fariseísmo político y humanitario en el que tanto la UE como los Estados Unidos apelan al imposible y nauseabundo equilibrio entre una comunidad militarizada y dueña de todos los recursos jurídicos e institucionales y otra comunidad recluida en guetos de miseria e injusticia, y convertida en una fuente de trabajo barata y desregulada para el Estado judío.

Mientras las comunidades judías inmigrantes -cada vez más artificiosas- endurecen el caos y la miseria de los guetos palestinos, los habitantes de Gaza tratan de sobrevivir entre dos fuegos mortíferos: el que genera Israel cada vez que hay elecciones, o cada vez que tiene una disculpa para volver al statu quo que más le conviene, y el que alimenta Hamás con sus políticas radicales, que, si por una parte constituyen la única autoridad visible en el caos de Gaza, también le dan a Israel la disculpa que necesita para disfrazar sus operaciones genocidas como guerra contra el terrorismo internacional.

Y así seguimos. Conviviendo con un conflicto cada vez más invisible, que lleva en su esencia todos los males y toda la criminalidad institucionalizada que lastran y emponzoñan la política internacional. Un conflicto que, metido en nuestro propio mundo, nos resta la legitimidad que necesitamos para avanzar en la democracia global que constituye la última esperanza frente al caos que estamos generando en los solares del tercer mundo. Porque esta es -y no la economía- la crisis de nuestros días.