Querido J:
Esta semana hemos celebrado, y yo el primero, el Día de la Mujer. Todos los periódicos traían el aire un poco patético del “Diario Femenino” de Sebastián Auger, aquel mánager que vivió y murió demasiado solo. Un poco por la celebración y un mucho por el interés y el trabajo del lector Mendiguchia, que puso en mi buzón los materiales, voy a escribirte sobre los hombres y sus enfermedades. El soporte vital es un comité creado por el presidente Obama para el estudio del macho (White House Council on Boys to Men) que dirige Warren Farrell. Yo no tenía hasta ahora la menor noticia de este Farrell, cuya fama de investigador masculinista es notoria. Sus estudios parecen sólidos, aunque tocados por un irritante espiritualismo. En cualquier caso, los datos que maneja ese comité valen por cualquiera de esas mamarrachadas poéticas que desde nuestro Ferreri y su “Ciao Mascio” afloran cíclicamente. Voy a resumírtelos.
Hay cinco áreas de la vida social donde el varón está en riesgo. La primera es la educación. Ya es casi un lugar común que las calificaciones académicas de los muchachos han ido descendiendo de modo paulatino. Que los varones puntúan por debajo de las muchachas en motivación, capacidad de concentración y en lectura y escritura. Pero es que los datos americanos de la enseñanza superior son contundentes: los varones licenciados han pasado del 61 al 39 por ciento. Entre negros y latinos la brecha de sexos es aún superior. Y toma nota especial de este dato: el negro que abandona sus estudios tiene un 60 por ciento de posibilidades de acabar en la cárcel.
Vamos ahora a lo que el comité llama la salud emocional. Entre los 20 y los 24 años la tasa de suicidios es cinco veces superior a la femenina. Y no hablemos de lo que pasa al otro extremo de la edad. La tasa de suicidios masculinos supera a la de las mujeres en un 1.300 por cien. El poder masculino es incontestable en las 5 D: depresión, drinking, drogas, desobediencia y delincuencia.
En Estados Unidos uno de cada tres niños vive en hogares donde el padre está ausente. Los excesos son devastadores y, al parecer, mucho más letales sobre varones que sobre mujeres. La ausencia del padre se vincula con fuerza estadística a la incorporación de los jóvenes varones al crimen. Para paliar la situación, los investigadores creen esencial que el hombre se implique mucho más en los procesos de divorcio, que con mucha frecuencia suponen para los hijos la pérdida del progenitor masculino. Esta ausencia del padre no se compensa tampoco en la escuela, debido al predominio de las maestras. De ahí que se insista en la necesidad de ampliar el número de enseñantes masculinos.
Las mujeres viven más que los hombres por causas probablemente biológicas. Pero respecto a las diferencias en la esperanza de vida hay también razones culturales. En 1920 la brecha entre uno y otro sexo era de un año. Hoy es de cinco. Y entre las 10 causas más comunes de muerte, los hombres mueren antes que las mujeres en 9.
El trabajo es la última área examinada: uno de cada cinco hombres en edades comprendidas entre los 25 y 54 años no trabaja. La mitad de los afroamericanos entre los 20 y los 24 años están en paro. Los sectores donde parece arraigar el futuro crecimiento laboral (salud, educación) están siendo ocupados por mujeres y los que ocupaban a los muchachos con escasa formación (agricultura, industria y construcción) han entrado en declive. En estos datos hay que incrustar una estadística casi pavorosa: el 92 por ciento de las muertes en accidente laboral son masculinas. La estadística permite aproximarse a una de las tesis fuertes de Farrell. Y es que las diferencias salariales entre hombres y mujeres no siempre son injustificadas. Los hombres suelen desempeñar los trabajos más duros, peligrosos e incómodos.
De las conclusiones del informe te invito a leer este párrafo sobre lo que significa ser hombre: “En el pasado educamos a nuestros hijos en la convicción de que serían “verdaderos hombres” si lo que hacían favorecía a nuestra sociedad, desde arriesgar la vida en las guerras a realizar grandes construcciones como el ferrocarril. Les llamábamos héroes por poner sus vidas a disposición de la sociedad, pero este enaltecimiento resultó pernicioso para nuestros hijos. El hombre se convirtió en el género desechable”.
Sí, el “verdadero hombre” construyó el ferrocarril. Y exterminó a los sioux. Es tan verdad que arriesgó su vida en guerras por la libertad como que construyó las alambradas de Auschwitz. Los verdaderos hombres, como las “verdaderas naciones” dan para mucho. Lo que es, sin embargo, un escándalo es que haya lugares donde las “políticas de igualdad” ignoren datos tan irrevocables como los que te he transcrito. En América el comité por los hombres se ha creado después de uno similar dedicado a las mujeres. Hay una voluntad explícita, por lo tanto, de desarrollar políticas de igualdad veraces y de reconocer que hay enfermedades sociales que afectan de modo diferente a los dos sexos. No será necesario que me extienda respecto a la situación española, donde la política de igualdad dirigida por el presidente Zapatero no sólo ignora a los hombres, sino que los agrede, incluso por ley.
Hasta aquí la política. Nada razonable puede oponerse a la actividad del comité Warren y los limpios propósitos de la administración Obama.
Sin embargo sabes que te escribo siempre en confianza. Y no sería honrado decirte cuánto me incomodan estos derroteros. Tengo poco que oponer a la posibilidad de que el varón haya sido un accidente evolutivo y que su tiempo esté pasando. No es descartable que las mujeres ofrezcan una mejor adaptación al medio (¡siempre nos quedará el orgullo viril de que “adaptadas” no quiere decir “mejores”!) y que en estrictos términos darwinistas de ellas vaya a ser el futuro. Puede que la Humanidad bisexuada pertenezca a la infancia del cosmos y suponga, llegados a nuestro tiempo, un inaceptable derroche evolutivo. Por otro lado, cuando una especie es ya capaz de crear vida en un laboratorio, o al menos es capaz de alterar decisivamente sus patrones, es lícito plantearse si la evolución no habrá terminado. Sea por la razón que sea el acabamiento del varón no es algo que me inquiete especialmente. Por decirlo rápido: me provoca la misma descriptible inquietud que la desaparición de una lengua. Por el contrario lo que sería francamente desmoralizador es ver a mi sexo mendigando políticas de discriminación positiva y otros enchufes cualquiera a la corriente. Creo que no podría soportar esas noticias en el periódico. Mucho más con la falta de expectativas que se me abrirían tras declararme apátrida de mi sexo. ¿”Qué ser?, dijo Lenin.
El problema que tengo con el hombre de Farrell es su hombría.
Sigue con salud
A